Uno de los grandes problemas de la
sociedad peruana es que no tiene la capacidad de preservar sus propias
riquezas. Dependemos de otros para reconocernos, es tal vez nuestra herencia
colonial. Somos una sociedad que aún requiere de llamadas de atención para identificar
los problemas que nos aquejan, aunque muchas veces sea demasiado tarde. Es
loable que un grupo de jóvenes se haya impuesto la tarea de proteger, preservar
y por qué no decirlo reclamar lo que por derecho les pertenece: El Palais Concert es un monumento que debiera ser patrimonio de todos nosotros. Sin
embargo, el poder mercantilista al que estamos sometidos nos muestra el poco
amor, reconocimiento e identificación con nuestro pasado, con nuestra cultura,
con nuestra tradición.
El proyecto Salvemos El Palais Concert, es una muestra que no todo está
perdido, existen grupos, por lo visto cada vez más grandes de intelectuales, que
buscan preservar sin lucro alguno, un tesoro de la nación.
El libro que reúne a los ganadores
del I concurso de cuentos Salvemos El
Palais Concert, muestra que jóvenes peruanos y extranjeros reconocen el
valor histórico y cultural de uno de los cafés franceses más representativos de
las primeras décadas del siglo XX. El cuento Los exiliados de Eduardo Reyme nos
muestra como en nuestra propia sociedad somos desalojados y vedados de lo
propio, haciendo hincapié en la ley del dinero, nuestra sociedad está más
orgullosa de mostrar una supuesta modernidad que solo queda en puertas de una
modernización sin proyección cultural. Estamos sumergidos en esta marea sin
sentido de nueva arquitectura que va desalojando lo que embellecía nuestra Lima, ya lo describía Mario Vargas
Llosa en su drama El Loco de los Balcones,
Aldo Brunelli, trataba de salvar aquellas pequeñas partes que todavía le hacían
recordar a una Lima de antaño, pero esta labor es una labor de “locos”, alguien
que va en contra de la modernidad es alguien que ha perdido el juicio.
En los Cuentos ofrecidos, el Palais Concert se convierte en aquel
lugar donde algunos quieren encontrar algo que lo salve de la destrucción, tal
vez esa firma de Vallejo o de Valdelomar que lo salve, o algún recuerdo de
antaño, tal vez, reconocer en el billete de cincuenta soles aquello que no
hemos podido salvar en la realidad.
Leydy Borja
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